Que los New York
Knicks perdieran una ventaja de 17 puntos en 6:22 después de haber dominado el
primer encuentro de la eliminatoria ante los Pacers puede ser una anécdota. Que
los New York Knicks perdieran una renta de 14 puntos en los últimos tres
minutos de juego puede ser calificado como un suceso improbable. Que los
Indiana Pacers remontaran ocho puntos en menos de cuarenta segundos cabe
definirlo como un suceso altamente improbable. Que Tyrese Haliburton anotara sobre
la bocina un lanzamiento de dos puntos que tomó creyendo que era de tres
puntos, que se elevó varios metros por encima del aro hasta caer dentro del mismo
y propiciar la prórroga (aunque en la mente de Haliburton y tantos otros
pareciera el tiro que daba la victoria) debe servir, por encima de todo, como
un recordatorio.
Poco menos que
un aviso del tipo de los que lanza el planeta a los arrogantes seres que creen
tenerlo domado y a sus órdenes. Una alerta que funciona como cláusula de
humildad intelectual, algo que muchos de los actores de este deporte deberían
firmar antes de adjudicarse la capacidad de querer modificarlo a su capricho, a
base de algoritmos y viejos y nuevos usos de la ciencia y la matemática, para
dar una ventaja comparativa a sus equipos sobre los rivales partiendo de un
presupuesto al menos discutible: el baloncesto puede ser estudiado con las
bases del método científico; el baloncesto puede ser estudiado, conocido y
alterado en base a categorías y conclusiones derivadas de modelos que han servido
para el estudio, el análisis y la alteración de sistemas de otro tipo, mucho más
regulares y predecibles.
Y yo, desde mi
posición de natural escéptica, también ignorante, pues no conozco en
profundidad los principios que hay detrás de estas aproximaciones, me pregunto
si las regularidades o patrones sobre los que se asientan informes
estadísticos, análisis multivariables y diagnósticos revestidos de cientifismo
sobre el funcionamiento del equipo, el rendimiento de un jugador u otras
cuestiones que, efectivamente, no lo discuto, pueden ser medidas y comparadas
con otras, no obedecen más a la necesidad de hacer entrar en el molde los
millones de casos y las múltiples variables que se combinan, no siempre en base
a patrones, en una cancha, para alcanzar certezas que dejen tranquilos a entrenadores,
asistentes, analistas y, efectivamente, científicos: «hicimos lo que nos decían
los datos».
Comprendo, de
sobra, que haya ciencia del deporte, que es ciencia natural y es pura biología, en
especialidades como el atletismo, la natación o el ciclismo. Que haya alta
ingeniería en el diseño de un formula uno o una moto de carreras. Que haya mucho
de física en el golpeo de una pelota en el beisbol o el golf. También en el
tiro libre, el único que se realiza desde la misma distancia del objetivo y sin
oposición, aunque no siempre en las mismas circunstancias, el mismo entorno o
contexto. Comprendo que haya una estadística que refleje e informe de lo
sucedido y pueda tenerse en cuenta para intervenir en lo que deba suceder en un
futuro, como parte de un acervo que los entrenadores deben conocer y saber
interpretar.
Pero todo en su
justa medida, acompañando y enriqueciendo la información cualitativa,
dialogando con otras fuentes, siempre tras el filtro de una mente que conoce
los porqués de los estadísticos, pero, sobre todo, en qué medida pueden
resultar útiles (y, en este caso, ustedes me perdonen, es mejor pecar por
defecto e infravalorar su impacto a caer en todo lo contrario y dotarlos de una
entidad que no tienen por ser la toma de datos poco fiable, la muestra
insuficiente o por estar su categorización viciada por los sesgos de los
especialistas). Nada ni nadie más peligroso que alguien que nunca miente o que se
declara aséptico o neutral. Toda selección de datos es subjetiva, toma unos y descarta
otros. Toda presentación de estos puede dejar entrever qué piensa el que los
tomó, no por malicia o interés, sino por un posicionamiento propio y personal
ante esta cuestión.
Ojo, no digo que
este campo de conocimiento no deba tener un hueco en los cuerpos técnicos o
directivos de organizaciones deportivas que, entre otras cosas y cada vez más,
deben presentar resultados, también económicos. Ojo, con esto no estoy diciendo
que los resultados de investigaciones con cada vez más y mejores datos no
aporten ideas que puedan jugar un papel importante en la toma de decisiones de
una entidad o de un equipo de baloncesto. Pero me gustaría recordar cómo el
ingente número de variables que entran en juego y que podrían ser estudiadas
desde la óptica de numerosas disciplinas distintas debería invitarnos a la
prudencia: en definitiva, no sabemos qué factor o factores, a priori, van a ser
los que determinen el resultado del encuentro. No hay fórmulas certeras, ni
siquiera mágicas.
Espero no haber
dado la impresión contraria: los quiero a todos cerca y alineados. A psicólogos, a matemáticos, a
especialistas en el tiro, a nutricionistas, a traumatólogos, a fisioterapeutas,
a ideólogos, a especialistas defensivos, a especialistas ofensivos, a delegados
de equipo y de campo, a utilleros, directores deportivos, generales y gerentes,
a entrenadores principales, general managers y, desde luego, a aficionados. Pero,
honestamente, nos quiero a todos (yo no sé lo que soy en todo este árbol de
especialidades) postrados ante el juego, conocedores de su historia, humildes
ante su grandeza. Nos quiero a todos asombrados y admiradores de su diversidad,
de su impredecibilidad, absortos ante la incertidumbre que le es propia.
Lo firma un
admirador de Guardiola, quien este año ha comprendido lo que conlleva querer
domar un deporte, caparle sus instintos, adiestrarlo jugando a ser un dios. Lo
firma un lector de historia e historias que vio en el tiro de Haliburton la
repetición del tiro de Don Nelson en el séptimo partido de las finales de 1969
en el Forum de Inglewood, cuando el balón casi tocó los globos que tenían
preparados los angelinos para la celebración del anillo. Lo firma Haliburton al
celebrar lo que pensaba que era un triunfo del mismo modo en que lo hizo Reggie
Miller hace ya treinta años, recordándonos que la historia siempre se repite
(unas veces como tragedia, otras como farsa). Lo firma Haliburton redondeando
sobre la bocina, y gracias a la victoria en la prórroga de su equipo, una
remontada con el tiro de menor valor relativo en el baloncesto, el que nunca
nadie debería intentar lanzar en base a la estadística y la ciencia del deporte:
un «long two», así, en inglés.
Y yo me
reconcilio con el deporte y con el baloncesto, y desde ayer, también cuando veo
a Thibs y Carslile en los banquillos de ambos equipos, me gusta un poco más.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS